Takeo Juruna hacía su recorrido habitual por la enorme planta. Era el
guarda nocturno de una fábrica electrónica de Tokio, Japón. Estaba
rodeado de maravillas electrónicas como los robots, que siguen haciendo
perfectamente su trabajo aunque ningún operario los maneje. Juruna se
sentía orgulloso de trabajar allí.
De pronto un enorme brazo de hierro realizó un movimiento
totalmente fuera de orden. Tomado por sorpresa, el hombre no pudo
esquivar el golpe. Quedó muerto en medio de los robots. ¿Qué había
pasado? Una interferencia electromagnética había afectado al robot y lo
había llevado a realizar un movimiento totalmente desordenado.
«Fue una niebla electrónica —explicaron los técnicos—, una contaminación electromagnética que afectó al robot.»
He aquí una nueva contaminación, de las muchas que ya hay en la
tierra. La «niebla electrónica» o «contaminación electromagnética» se
produce por el funcionamiento de juegos de video, amplificadores
caseros, teléfonos portátiles y muchos aparatos electrónicos más. Esta
contaminación puede afectar los robots de las fábricas, y prácticamente
«volverlos locos».
Está comprobado que el hombre contamina todo lo que toca: aire,
ríos, lagos, mares, atmósfera y estratosfera. Contamina el comercio, la
política, la religión y la moral. Contamina también el amor, el hogar y
el matrimonio, así como a los niños y a la juventud. Contamina la
mente, el corazón y el alma.
Con razón hay quienes dicen que esta vida es un martirio. Todos
contaminamos lo que nos rodea y luego nos extraña que todo nos vaya
mal. Le pedimos a Dios el milagro del socorro y luego nos extraña que
Él no corresponda a nuestro clamor, cuando somos nosotros mismos los
que producimos los males que nos acosan. Sembramos odio, rencor, ira y
contienda, y cosechamos agonía, dolores, sufrimientos y muerte.
¿Podrá haber algo que quiebre esa secuencia fatídica de
acontecimientos? Sí, pero sólo en el sentido individual, no colectivo.
La persona que desea quitarse de encima las consecuencias que la están
acabando debe tener un cambio de corazón. Eso lo produce sólo un
profundo arrepentimiento. Si nos arrepentimos de corazón, Dios cambiará
nuestra vida.
Un Mensaje a la Conciencia
por el Hermano Pablo
por el Hermano Pablo
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